Apagué el cigarro en la maceta. Estuve un rato más en el balcón mirando las montañas que se podían divisar a lo lejos. Era de noche, pero aún se perfilaban en la oscuridad los picos redondeados.
Me gustaría estar allí. Lejos. Más lejos todavía.
Huir de tu recuerdo.
Me persigue tu sonrisa allá donde voy. El eco de tu voz quedó grabado en mi mente.
¿Recuerdas cuando te sentabas aquí, a mi lado, en el balcón, y juntos mirábamos aquellas montañas?
Siempre decías que te fascinaban. Que te parecían irreales.
Como yo.
Me llamabas tu princesa. Tu niña. Acariciabas mi pelo.
Una lágrima escapa mientras pienso en ti.
La luna me mira. Allá donde estés te está mirando a ti también.
Estamos tan lejos. Y tan cerca .
¿Nuestro amor donde quedó?
Cierro la ventana del comedor. Hace frío ahora. Siento en mí el escalofrío gélido de la soledad
Desde que tu no estás aquí.
Los días son tan grises. Las noches tan vacías.
Miro tus fotos. Releo tus cartas. Quiero convencerme de tu existencia. Son tres meses ya desde que te has ido. Tres meses de lágrimas, de angustia, de pesadillas.
No quiero dormir aún.
Deseo pensar en ti. Llenarme de tu imagen. Sentir de nuevo tus besos.
Adormecerme a tu lado. Tu respiración acompasada . Tu cálida voz.
Abrazarme a ti y olvidar que el mundo existe fuera.
Recluirme de nuevo en esta habitación y no mirar más las horas en el reloj.
Quiero recordar nuestro primer encuentro, nuestra primera comida. Creí ser la protagonista de una hermosa película de amor.
Tú eras mi galán, mi caballero.
Esperarte en el andén de la estación y saber que eras tú tan sólo con una mirada.
Besarnos, saludarnos y sentir que el universo entero latía para los dos.
Los paseos, las palabras teñidas de pudor. La sinceridad que afloraba en nuestros labios.
Sonreírte al escucharte. Acariciarme mis manos en la mesa.
Compartir el postre. Un beso en el café.
Nuestra despedida, preludio de los futuros encuentros.
Tu pasión asolándome el corazón. Devastando cualquier anterior pensamiento, cualquier imagen y situación que no te permaneciera.
Te convertiste en el protagonista de mis sueños.
Viajes, escenas olvidadas que hoy son dardos envenenando mi respiración.
Las tórridas llamadas por la noche cuando dábamos rienda suelta a nuestras fantasías.
Cuando nuestros gemidos anunciaban nuestra necesidad por tenernos. Cuando mis suspiros te susurraban al oído cuanto te amaba y mi risa acariciaba tu alma.
Y recuerdo aquel fin de semana en el pueblecito medieval.
Nos abrazamos desde lo alto de aquella torre mirando el mar. Me preguntaste si no me sentía la dueña del castillo.
Yo sólo me sentía la dueña de tu corazón.
Las olas mecían mis pensamientos acunada en tu cuerpo.
Ya no hacía falta subir a otra torre más alta porque me sentía en lo alto de la luna.
El sol que tibiamente me despertaba a aquel sentir y que me convertía en aquella mujer apasionada que ya no miraba atrás.
Cierro los ojos recordando tus abrazos y puedo todavía percibir tu aroma. El perfume que me envolvía de calidez, de ternura, de amor, de deseo.
Recuerdo nuestro paseo por el atrio antiguo de un convento de franciscanos. ¡Qué paz sentimos mirando aquel lugar¡
No había nadie más allí. El viejo olivo en un extremo del atrio. El pozo.
Nosotros.
Todo mi ser embargado de dicha. Estaba a tu lado. Nada podría ya alejarnos una vez nos habíamos encontrado.
Fantaseábamos sobre los viejos habitantes de aquel convento y nos sentíamos tan cerca el uno del otro que parecía no existir otra realidad más que la nuestra.
No sabíamos donde ir a comer y por casualidad descubrimos un pintoresco mesón en el centro del pequeño pueblo donde habíamos decidido escapar aquel soleado domingo.
Mobiliario rústico de madera. Paredes de piedra. Lámparas de forja y candelabros en las mesas. Una chimenea apagada presidiendo el salón.
La cálidez de aquel lugar nos sedujo.
Volvimos cada domingo allí a comer. Y lo convertimos en nuestro rincón.
Empezábamos a compartir lugares en nuestra historia.
Empezaba a sentirme tan enamorada de ti.
Cada vez que volvías a tu hogar un trocito de mí marchaba contigo.
No me gustó aquella despedida cuando me dijiste: Gracias.
No se dan las gracias a tu amada.
Tuve una extraña sensación en aquel momento. Ese gracias me supo amargo. No quise pensar mucho en ello pero tu dejaste de llamarme como antes.
Mientras subía al tren yo te miraba. Parecías triste. Decaído. Pensé que tu como yo quedabas triste porque tu otra mitad no hacía el viaje contigo.
No era eso lo que te abrumaba. Ahora lo sé.
Ya no hubo llamada esa tarde para decirme que habías llegado a tu destino.
No hubo llamadas en los días siguientes.
No hubo otro viaje.
Habías preferido relegarme en algún rincón de tu corazón. No pensar. No sufrir. No recordar.
miércoles, diciembre 14, 2005
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1 comentario:
wao!
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