miércoles, diciembre 14, 2005

Abismo de sueños (II)

Y la voz susurraba en su oído que estuviera tranquila, pero seguía sin poder verle a pesar de que sentía el tacto de unas delicadas manos recorriendo su cuerpo sin pudor.
Aquella calidez en su cuello, aquellas invisibles caricias que masajeaban su nuca y sus hombros.
Seguía sin sentir miedo, pero cada vez se abandonaba más a aquella inusual forma de placer.
La voz, las palabras…, cada letra recorría su piel besándola lentamente y dejando un invisible rastro de deseo.
Su voluntad estaba ya lejos de aquella habitación y todo su ser se entregaba a aquel desconocido, que ya no era sólo una voz.
Era una presencia que la subyugaba…
No podía ya preguntar nada, sólo dejarse llevar por aquellas caricias que su cuerpo ansioso esperaba para alimentarse.
Podía sentir cómo fluía su sangre, que desbocada llegaba a su corazón y hacía latir su sexo con aquella fuerza.
- ¿Quién eres? - preguntó en un susurro.
Pero la voz siguió jadeando en su oído, torturándola de placer porque su cuerpo ya sólo deseaba fundirse en aquella voz, sólo deseaba que la envolviera de palabras y no pensar en nada más.
Y entonces sucedió.
La voz besó sus labios y respiró su aliento. Se fundieron en un solo ser y tomó su cuerpo.
Durante unos minutos todos sus sueños desfilaron en su mente como una vieja película del Nodo saturándola de recuerdos y momentos perdidos.
Lloró, sonrió. Suspiró de nostalgia, muda espectadora de su propia vida.
Y en las paredes de la habitación metálica su propia vida eclosionó, reflejada en miles de espejos que una y otra vez le devolvían la misma imagen.
Era ella despidiendo a Kaleb en aquel aeropuerto, el sábado que se fue.
Y supo que debía de haber tomado también aquel avión pero ya era tarde.
Y ahora ya no era la dueña de su cuerpo, ni de su vida.
Seguía retumbando en su mente la voz metálica apagando todos sus recuerdos e impidiéndole pensar.
Pronto ya no tuvo recuerdos ni identidad.
Y cada noche se sentaba ante aquel ordenador olvidando su día a día.
La voz metálica volvía a enredarse en su mente y a borrar cada pensamiento, cada sombra de dudas, de infelicidad.
Y su corazón era vaciado de miedos y de alegrías.
Dejó de sufrir por la ausencia de Kaleb y de esperar noticias de Él.
Había olvidado quién era Kaleb, había olvidado quién era ella.
Y noche tras noche, tras encender su ordenador, volvía a visitar aquella habitación metálica esperando que la Voz apareciera en cualquier momento y la transportara a otros lugares.
Algunas noches la Voz la llevaba a lúgubres y sombrías habitaciones donde le permitía asomarse a una enorme cristalera, y desde donde se divisaba un pequeño jardín.
Las plantas y flores parecían crecer de un modo salvaje, disputándose la escasa luz que entraba por una pequeña claraboya.
A veces la Voz la llevaba hasta una cala recóndita, donde podía apreciar el furor de las olas al golpear las rocas mientras la serena luna iluminaba el solitario paraje.
Y entonces sentía que de nuevo estaba viva, mientras el viento azotaba su tez que despertaba ante aquellas frías caricias, lentamente despertaba, cómo si de una sonámbula se tratara, pero entonces la Voz la empujaba hasta el borde del acantilado meciéndola entre sus invisibles brazos, y de nuevo el temor se apoderaba de ella sumiéndola en su mundo de sueños sin apenas tener tiempo de preguntarle a la Voz qué era lo que le estaba sucediendo.
Y aquellos pocos minutos de lucidez se tornaban de nuevo en oscuros presagios.
Otras noches la Voz la conducía hasta una pequeña celda donde era mortificada con insultos, palabras que la herían y la hacían sentir más desvalida y humillada, procedentes de otras voces metálicas, mientras un látigo chasqueaba en el suelo atemorizándola y sumiéndola en un auténtico pavor de ser abandonada en aquella pequeña mazmorra.
Sin embargo, jamás recibió ninguna herida en su piel. Cada noche la Voz se erigía en su salvador susurrándole al oído palabras que la reconfortaban y le hacían sentir segura en aquel océano de pavor.
Su único pensamiento era que no debía contrariar en nada a la Voz para que jamás la abandonara en alguno de aquellos temibles lugares que inexorablemente recorría cuando la luna presidía el cielo.
Ya nada sentía, envuelta por aquellos miedos que la sumían en una eterna desolación.
Y sus sueños la abocaban una y otra vez a aquellas desdichadas escenas, donde aterrorizada era incapaz de diseñar su futuro. Nada existía ya.
El día y la noche se fundieron en su mente y un abismo de sueños rotos llenó de negrura su vida.
Y así fue como su alma se convirtió lentamente en un amasijo de metal invadida por la Voz, que noche tras noche asaltaba su cuerpo y su espíritu. Y ya no recordaba su nombre, tan sólo el apodo con el que entraba al chat era su identidad: “Desencantada”.
Seguía viviendo en aquel mundo irreal, sumergiéndose en aquellas conversaciones, y olvidando todo de sí misma, hasta que una noche, en que la voz metálica pareció olvidar su diaria cita, sin saber qué hacer para que el tiempo pasara más rápido, se le ocurrió abrir de nuevo su correo y entonces su corazón palpitó con fuerza.
Un chispazo de vida, una sacudida hecha de recuerdos dormidos. Una espiral de vivencias que parecían conducirla al punto de partida como si un tornado hubiese asomado en aquella habitación y se hubiese llevado todos aquellos negros meses para limpiar la estancia y dejarla allí sola, sentada en aquella silla, frente al ordenador. De nuevo dueña de sus actos.
Había recibido un mail de Kaleb
Despertó de su terrible ensoñación, volviendo lentamente de una pesadilla en tierras yermas y áridas.
Leyó con avidez aquellas líneas mientras una sonrisa afloraba en su boca. Su futuro estaba allí perfilado. Ya no estaban lejos el uno del otro. Él volvía a estar allí.
Volvería a tener la oportunidad de tomar aquel avión.
No iba a responderle aquella noche. Necesitaba reposar sus ideas y llenarse de aquella inesperada alegría. Desconectó su ordenador, se dirigió a su habitación y, como una niña feliz, se acostó en su cama dejándose arropar por la calidez de las sábanas y abrazando su almohada. “Desencantada” murió aquella noche en la habitación metálica. La Voz no volvió a hablarle ni susurrarle palabras quedas al oído.
Y el abismo de sus sueños dejó de asustarla.

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