jueves, mayo 03, 2007

Mi yo inventada

A veces, sin querer, escapo de mi yo inventada.
Y en mis sueños vuelvo a verte, te hablo, te adormeces abrazado a mí, acarició tu frente mientras estas tumbado, apoyando tu cabeza en mi regazo.
Me cuentas cómo te van las cosas. También te acuerdas de mí.
Mi yo inventada se convence de que es feliz y jamás piensa en ti.
No te añora, ni te recuerda, no se permite un segundo para mirar atrás.
Mi yo inventada niega haber estado enamorada de ti, repudia tu recuerdo y jamás piensa en todo aquello tan bonito que un día tuvimos ni siquiera me deja llorar al pensar todo aquello que se perdió para siempre en el vacío del tiempo…
Y sólo en mis sueños , a veces, sin querer, mi yo inventada me deja escapar de mi propia mentira, y añorarte, y recordarte…

miércoles, noviembre 01, 2006

Matando el amor

Y voy cerrando puertas, sin hacer ruido, sin ni siquiera dar un último vistazo a la habitación ni pensar en volver a cambiar la decoración.
Ya no muestro mi enfado ni si me contrarió. En silencio lentamente asumo la imposibilidad de continuar con lo que alguna vez fue un sueño que me permitió fantasear e imaginar con los tiempos que ahora sé que jamás llegaran.
Me voy callando, apago mi voz y nada digo cada vez que la decepción asalta con descaro mi existencia.
Ya no reclamo nada de lo que sé que jamás podrás darme, tampoco espero cambios, ni siquiera me aventuro a tener esperanzas, porque hace tiempo que las deje relegadas al olvido.
No sé si sigo siendo la que un día te amo, tampoco sé porque absurda y fielmente sigo embarcada en esta historia, quizás porque jamás tuve tan presente que esta llegando a su fín.
Vuelvo a sentarme a tu lado, hablamos sin hablar y nos decimos quizás en pensamientos lo que jamás pronunciaremos.
Sonreímos y charlamos de cualquier cosa menos de nosotros dos.
Todo parece fluir tranquilamente y sin embargo sé que soy victima de un desatino que hace ya demasiado tiempo inundo mi corazón.
A veces quiero volver a encontrar en tu mirada lo que una vez intuí que sentías pero ahora sé que ni siquiera eso era suficiente para los dos.
Y así, muy despacio vamos dejando que muera lo que un día llamamos amor.

jueves, septiembre 07, 2006

Él la dejó marchar...

Habían transcurrido varias semanas desde la última vez que habían estado juntos, una mañana de grises reproches y nubes de tristeza.
Ambos habían reflexionado en aquellos días, necesitaban verse pero sabían que no podían seguir juntos porque deseaban cosas diferentes y ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder ni a claudicar en sus sueños.
Ella deseaba vivir junto al hombre que amaba y dejar que la vida les regalara de miles de momentos de pasión, de cariño, de ternura, compartiendo éxitos y fracasos y afrontando juntos cualquier problema o circunstancia sabiéndose el uno del otro, comprometidos en aquel amor que sacudía su existencia.
Él deseaba estabilizarse en su trabajo, no quería renunciar a ningún puesto que le pudieran ofertar, aunque implicara desplazamiento o traslado a otra ciudad y pensaba que la mujer supondría una atadura y un freno a su carrera profesional, suponía que si se iba a otro lugar llegaría a olvidarla, a no necesitarla y por eso no quería ningún compromiso firme con ella, pensando que era incompatible realizarse profesionalmente con el amor que sentía hacía aquella mujer.
Ella se cansó de esperar que el hombre se diera cuenta que lo más importante era el amor, y que después todo se podría solucionar de algún modo si estaban juntos, porque no importarían distancias si existía verdadero amor y compromiso.
Y él decidió renunciar a la mujer.
Aquella tarde se vieron por última vez, ambos sabían que era el final y sin embargo necesitaban sentirse una vez más, se abrazaron, se besaron y ambos desearon con toda su alma hacer el amor por última vez.
El dolor de la separación sacudía sus corazones, las lágrimas de ella por el adiós se intercalaban con las marcas de dolor que él él iba desgranando en su piel,por última vez...Deseando exorcizar así los fallos de ambos, y en el pensamiento de ella tan sólo una pregunta : "¿Por qué no puede ser?"
Ella no deseaba que se detuviera, porque sabía que era la última vez, y hubiese podido morir en aquel instante y nada habría reclamado, no se habría quejado, ya nada le importaba...
Después hicieron el amor por última vez.
Se abrazaban deseando fundirse el uno con el otro, encontrarse en aquella sinrazón de la separación, se sintieron como nunca, se perdieron en aquel laberinto de amor y deseo que les conducía hacía el fin, entre súspiros y caricias, amor y dolor, dolor en el alma, placer en la piel...
Visitarón el paraíso y supieron que había llegado el final, sellado con besos…
Él lloró al separarse de ella, ella le abrazó, no podía soportar verle triste y tenía que intentar no dejarse ya vencer por su propia tristeza. Sabía que no había vuelta atrás y que él estaba renunciando aquella tarde a su amor, tenía que ser fuerte.
Después aún tumbados sobre la cama charlaron un rato.
Él hablo de que tenían que conocer a otras personas, reflexionar, vivir, que era quizás sólo un hasta luego y no un adiós, que deseaba que ella fuera feliz y estuviera bien, mientras sus ojos enrojecidos gritaban cuanto la quería.
Ella siguió apresando sus lágrimas. No quería que él la viera llorar, quería que él se sintiera bien y la sintiera tranquila y resignada. No existía en ella arrepentimiento alguno por haber hecho el amor con él sabiendo que era el final.
El amor no era suficiente, no había sido suficiente, y ambos lo sabían, no parecía haber ya vuelta atrás en aquella dolorosa ruptura que ambos asumían.
Tras vestirse ella se marchó, él no pudo acompañarla hasta la calle, ella se despidió con una sonrisa y entró en el ascensor.
Se derrumbó cuando estuvo ya en la calle, sentada en su coche las lágrimas azotaron sus mejillas. Y fue entonces cuando supo que se le había roto el corazón, cómo él había querido le dejaba marcas en la piel y en el corazón.
Todo había terminado, se amaban como a nada en el mundo, pero él la dejó marchar…

domingo, agosto 20, 2006

Danza amor, danza conmigo...

Danza amor conmigo al son de viejos recuerdos
Déjate llevar por la música de esa vieja canción, y danza, da vueltas conmigo en esta plaza.
No hay nadie más, sólo tú y yo. Cierra los ojos.
Tengo frío, abrázame, arrópame con tu cuerpo, déjame que respiré una vez más tu perfume, empápate de mí.
Imagina ahora todo lo que no pudo ser entre nosotros, piensa por unos instantes en el futuro que no tendremos y vaga por sus calles cogido de mi mano.
Danza mientras besas mi pelo en silencio como aquella vez, deja que tus labios busquen mi cuello, adorméceme a besos, apura esta hora mágica en la que la muerte no puede mantenerte lejos de mí.
Danza conmigo, siénteme, no quiero abrir los ojos, quiero que este momento sea eterno.
Danza. Porqué sé que el amanecer te volverá a alejar de mis sueños.
Ha pasado demasiado tiempo, no tengo frío, no estoy en la plaza dando vueltas.
Tampoco estoy abrazada a ti. Tú tampoco existes ya.
Cierro los ojos y sigo bailando, envolviéndome de las caricias que buscaré, de las ilusiones que inventaré, de los besos que regalaré, siempre en tu nombre.
No importa donde estoy ahora, no importa donde estés, danza, yo también danzaré porque sólo puedes vivir en mi locura…

sábado, julio 01, 2006

La oportunidad perdida

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la vio. Demasiados meses de ausencia, de añoranza, de recuerdos perdidos.
Había intentando seguir con su vida tras decirle ella adiós, pero nada era ya lo mismo. Echaba de menos cada minuto compartido con ella, pero sabía o creía saber que todo había terminado.
Asumió su renuncia, prefirió perderla. Fue cobarde, no quiso luchar por aquel amor y temió perderse en aquel laberinto de sentimientos sin retorno que ella le había descubierto.
Pero la amaba, la amaba tanto…
En las noches sin luna buscaba alguna estrella en el cielo para pensar que su amada también le recordaba mirando la misma estrella.
Y cuando la luna brillaba recordaba aquellas lejanas noches en las que ella mientras se abrazaba a él, susurraba deseos a la diosa, sin que él lograra jamás escucharla.
Tuvo miedo, tanto miedo por perder su acomodada vida que prefirió huir de su presencia, rehuir los encuentros y convencerse a si mismo de que así lograría olvidarla.
Pero no pudo. Cada vez soportaba menos los minutos inexorables que le recordaban lo vacío de su matrimonio, perdió las ganas de sonreír y su vida cada vez más le parecía una enorme broma que se burlaba de si mismo.
Todo empezó a perder sentido cuando una noche se despertó añorándola infinitamente y deseando luchar por recuperarla.
De vez en cuando habían hablado por teléfono y ella parecía haber rehecho su vida con otro hombre.
Pero seguía soñando con ella, y sabía cuando ella pensaba en él. No podía explicar porqué pero intuía cuando ella le extrañaba o necesitaba.
Había intentado varias veces lograr un nuevo encuentro pero ella siempre se mantenía reacia, quizás seguía temiendo volver a sufrir por ese amor que no podía ser.
Por eso aquella tarde cuando siguiendo un impulso la llamó, no pudo creer que ella aceptara comer con él al día siguiente.
Cansada ella también de su farsa de relación había decidido soltar las riendas que la ataban a una relación moribunda.
No había nada malo en reencontrarse dos viejos amigos…
De nuevo pudo verse reflejado en aquellos sinceros ojos que un día le miraron con tanto amor.
Y supo que esta vez sí, que esta vez iba a arriesgar todo por ella. No quería volverse a arrepentir por haber tomado la decisión equivocada.
Tan sólo necesitaba saber que sentía ella para lanzarse al vacío y dejarse arropar por un infinito de nubes de amor que recompensarían todo el sufrimiento de la ausencia.
Dos amantes de nuevo se reencontraron, se besaron y ambos comprendieron que no habían podido olvidarse en todo aquel tiempo, que no había sido perdido, porque ambos habían aprendido a valorar lo que un día surgió, casi sin querer, no siempre vuelve la oportunidad perdida…

viernes, junio 23, 2006

Cuento para la Noche Magica de San Juan

La playa de las estrellas

Aquella noche la inmensa luna brillaba con especial fulgor sobre el mar, bañando con besos plateados las olas y meciendo el silencio con murmullos de viento.
Arrullados en la arena unos amantes daban la espalda al mundo envueltos en su universo de besos y caricias, y esperaban a que el reloj marcara las doce para prolongar aquel tiempo de pasión dentro del agua.
Era la noche de San Juan y habían logrado llegar por un angosto camino a la desértica playa que durante los días anteriores habían estado buscando, sumergiéndose en planos virtuales y fotos de internet, y preguntando a los vecinos del pueblo costero donde habían pasado unos días de descanso.
Sus breves vacaciones en la isla iban a tener aquel especial colofón compartiendo la mágica noche en la playa de la Estrella.
Las viejas leyendas del lugar hablaban de ese solitario rincón donde reinaba la naturaleza salvajemente y se podía dialogar con el universo sabiendo que los deseos eran concedidos.
Y en aquella noche de inicios de verano habían deseado probar su suerte y saber si había algo de verdad en los viejos cuentos que algunos isleños les habían contado.
Tenían tantos deseos por formular que no dudaron en encaminarse hacia esa playa.
Era necesario recorrer durante varios kilómetros los bordes de los acantilados para poder acceder al sendero que conducía a la playa.
Habían aparcado su coche y habían proseguido su viaje, cargando con la cesta que contenía la cena y con las toallas. Tuvieron que llegar hasta el final de las rocas del desfiladero, para lograr pasar a través de una abertura en la piedra y acceder al idílico paraje.
Ante ellos la playa de las Estrellas les mostraba todo su encanto y esplendor convirtiéndose en un improvisado paraíso para su amor.
No había nadie más en la playa. Sonrieron los dos, cómplices en sus pensamientos.
Se tumbaron en la blanca arena, improvisada cama donde retozar, y Él la desnudó lentamente, deslizando su lengua al compás de aquel libre recorrido por su piel.
Ella, estremecida de gozo, se dejaba hacer y le despojaba a Él, a su vez, delicadamente, de su ropa.
Sus ojos se decían todas las palabras que los labios acallaban mientras se fundían en un solo ser.
Sonó la alarma del móvil marcando las doce. Se levantaron. Desnudos y cogidos de la mano se dirigieron hacia las calmadas aguas del mar que parecía esperarles tendiéndoles sus olas, como una danzante alfombra que acurrucaba sus pasos.
Siete olas bañaron sus pies y formularon al unísono su deseo.
En la arena quedó la cesta con los bocadillos para la cena y las toallas que jamás desplegaron aquellos amantes.
El escenario quedó vacío de actores. Dos nuevas estrellas en el firmamento brillaban con enigmático esplendor. A su alrededor las otras estrellas las estrechaban con su luz.
Su deseo había sido concedido, su amor sin fin quedó suspendido en el cielo para toda la eternidad.

viernes, junio 02, 2006

"Ya no te quiero"

- Ya no te quiero – dijo ella.
La miró intentando buscar una huella de mentira en sus labios, una sombra de tristeza en su mirada, un atisbo de nervios que la pudiera delatar. Pero su belleza serena tan sólo transmitía firmeza.
Era cierto. Había sucedido. Estaba diciendo la verdad. Le estaba diciendo que todo había terminado.
Y esta vez era para siempre.
Él quiso rescatar del baúl de bellos recuerdos los momentos mágicos que habían compartido, en un vano intento de prolongar lo que ya había terminado, pensando que quizás aún no era tarde para los dos.
De repente se vio inmerso en el vértigo de la realidad , sin poder detener la espiral de desamor que parecía sumirle en un torbellino de emociones contradictorias.
La amaba. Y ella había dejado de quererle. La había perdido. Y la necesitaba. Más que nunca.
Ahora lo sabía, lo sentía, la quería.
Una rápida secuencia de instantes felices transcurrió en su mente. Era imposible para él aceptar que no había ya vuelta atrás, que ninguno de aquellos dulces segundos volverían a repetirse.
Cuatro palabras y una relación que en un segundo moría.
No podía aceptar que era el fin. No quería que fuese el fin.
Intentó recordar todas las veces que ella dulcemente se había quejado, todas las ocasiones en que ella había reclamado, insistido, y le había pedido más.
Había perdido infinitas oportunidades para haber evitado el final de su historia. Él se preguntó en aquel preciso instante porque no había reaccionado, porque no le había demostrado que su amor era real, porque no había sabido alimentar su pasión.
Se odió a si mismo por haberse acomodado en tan egoísta postura. Por no haber sido capaz de comprender antes que el amor es un regalo que la vida nos da y también nos arrebata, sin avisar.
Quizás siempre pensó que la poseía para siempre, que simplemente sus protestas y quejas eran después enfados que dejaban paso a deliciosas reconciliaciones. Pensó que ella jamás dejaría de amarle.
Se equivocó.
Ciego y sordo a la realidad, había desgastado el límite de su paciencia, había destruido su mundo de sueños y había sido incapaz de apostar por los dos.
Él quiso entonces prometerle todo lo que durante meses había sido incapaz de dar.
Ella ya nada podía hacer, ya no le creía, desencantada y decepcionada, ya tan sólo le quedaba despedirse.
Él ya no estaba en su pequeño universo de sueños, y su alma necesitaba recuperar toda la vida que había perdido a su lado.

Lo siento, ya no te quiero – repitió ella antes de darse media vuelta y dejarle allí, solo, hundido en su absurda cobardía, echando ya de menos su piel, sus besos, sus caricias y todos los momentos perdidos por su desidia.