miércoles, diciembre 14, 2005

Sin ti no soy nada...

Deambulo por la ciudad. La gente camina con rapidez. Todos tienen prisa por llegar a su hogar. No tengo prisa. No me esperas ya.
Veo mi imagen reflejada en la luna de los escaparates. Veo la tristeza en mis ojos que intentan dejar escapar alguna lágrima.
No voy a llorar.
Echo de menos sentirme abrazada a ti.
Echo de menos caminar a tu lado.
No puede ser. No puede ser. No estas aquí ya.
Tú no sabes cuánto te he querido. Tú no sabes nada de mis noches en vela. Suplicando a la nada para que vuelvas.
- Señora, por favor, caridad. Es una casi-niña, la extranjera que me pide una limosna.
Hago como que no la escucho y sigo andando deprisa, como el resto de la gente.
Te he suplicado volver y no me has dado ni una oportunidad.
Tú tampoco das limosnas.
Y se enturbian mis pensamientos con el vaivén de la gente. Y se enturbian mis recuerdos con tu ausencia. Y todos los momentos vividos a tu lado son ahora una grotesca broma. Una enorme broma envuelta en papel de regalo un día de cumpleaños.
Abrí la caja tan ilusionada. Aquellos lazos, aquellos envoltorios. Y luego dentro..., nada, no había nada. Tú ya no estás.
Ahora no sé que pensar, ¿fue todo una estrategia de acercamiento a mí? ¡Por Dios, soy una treinteañera¡ ¿Para qué utilizar tantas mentiras?
Podrías haber planteado una relación esporádica, vernos varias veces al mes..., pero ¿era necesario que fingieras tanto amor?
¿Era necesario que me acurrucaras en tus brazos, que me hicieras sentir tan feliz? ¿Por qué? ¿Para que? Dices que te quedaste bloqueado, que no supiste reaccionar, que la distancia era demasiada.
Dices que no te acordabas de mí envuelto en todas tus ocupaciones. Sí , te excusas de tu comportamiento, pero ¿acaso hay excusa para quien no siente amor? Nada puedo hacer si tu no me echas de menos, si tu no piensas en mi. Si tú, reconociendo mi amor, sigues impasible envuelto en tu maldito complejo de Peter Pan que no quiere crecer.
Será doloroso para ti saber que me has perdido. Pero ese halo de tristeza te ayudará a escribir algún breve relato de esta historia que no lo fue.
Hacía frío aquella mañana cuando subí al tren, era sábado y la gente iba dormitando en sus asientos, la calefacción propiciaba aquella somnolencia colectiva. Una hora de viaje. Una hora esperándome tú.
No encontraba tu asiento pero creo que eras el único pasajero que no dormía. Que miraba impaciente el pasillo. Estabas esperándome. Con mucha naturalidad nos dimos dos besos en las mejillas. No era un reencuentro, pero supimos fingir que éramos viejos conocidos y no dos extraños, nerviosos e impacientes en aquella su primera cita a ciegas. Y aquel día los dos tomamos el mismo tren rumbo a otra ciudad donde íbamos a pasar el día y conocernos.
Cuando por la noche yo bajé en mi estación ya supe que había sido el prólogo de una historia entre los dos.
Y tras aquel maravilloso día compartido llegaron otros, y fines de semana, no había distancia entre nosotros, siempre venías desde tu ciudad, en el tren, yo te esperaba y luego recorríamos pueblos pintorescos, comíamos en mesones apartados y descubríamos nuestros propios rincones.
Al atardecer tus besos me reclamaban con urgencia y acabábamos haciendo el amor en mi casa, en el sofá, en la alfombra, en la cama...
Y quería llenarme de ti por todo el tiempo en que no te podía tener. Inundabas mi ser con tus caricias, con tus besos. Nos amábamos hasta acabar extenuados dormidos. Sólo el sueño podía vencer a aquella ansia que teníamos el uno del otro.
Pero tus viajes empezaron a espaciarse. Cada vez era menos el tiempo que compartías conmigo.
Y una tarde te llamé porque quería saber que es lo que estaba cambiando. No podía dar la espalda a la realidad. Iba a afrontar lo que sucedía.
Respondiste que te agobiaste, que me deseabas tanto que te angustiaba no tenerme. Que era difícil para ti mantener aquella relación donde mi ausencia te quemaba el alma.
No tuve palabras para responderte. Me dejabas porque me necesitabas. Qué contradicción.
En lugar de intentar acercarte a mi, de acortar la distancia, tú te alejabas de mi.
Creo que aquel día te colgué el teléfono sin mediar palabra, pero luego, en frío, te llamé y en el contestador te dejé una buena colección de insultos, te llamé cantamañanas, mentiroso, cabrón.
Y acepte la realidad. Tú no estabas ya en mi vida.
Deambulo por la ciudad. La gente camina con rapidez. Todos tienen prisa por llegar a su hogar. No tengo prisa. No me esperas ya.
Y ahora aunque sé que sin ti no soy nada, he de seguir respirando, sintiendo, llorando, riendo.

No hay comentarios: