miércoles, diciembre 14, 2005

Abismo de sueños (I)

Era ya tarde pero ella aún no deseaba visitar el país de los sueños.
Se sentó frente a la pantalla de su ordenador y, tras conectarlo, dejó que su mente volara libre.
Revisó los correos electrónicos que había recibido aquel día y contestó a un par de ellos. Una sombra de pena se asomó a su corazón porque, un día más, Kaleb no la había escrito.
Debía de empezar a aprender que todo había terminado entre ellos.
Él la había olvidado, la había relegado a un viejo cajón de recuerdos junto con las fotografías en las que ambos sonreían, en un tiempo pasado, cuando eran felices juntos.
Kaleb había preferido aceptar aquel trabajo y confinarse en un pequeño país al otro lado del mundo. Había sido su decisión abandonarla.
Dio un vistazo al tablón de anuncios de la web de la universidad a distancia donde estaba cursando sus estudios, no tenía ganas de intervenir en ningún foro.
En otra ventana tenía minimizada una web de viajes donde podía calcular rutas y trayectos planeando ese viaje que a la llegada de sus vacaciones se permitiría efectuar.
Quizás con las vacaciones lograría olvidar…
Conectó el Messenger esperando encontrar a alguna de sus queridas amigas para poder conversar un rato, pero aquella noche no parecía estar ninguna disponible. Ni siquiera las “transoceánicas” estaban conectadas.
Hacía tiempo que no entraba a un chat y pensó que aquella era su noche.
Se “vistió” con un bonito nick, esos apodos absurdos que utiliza la gente para ocultar su identidad, y entró a una sala de gente de su edad esperando encontrar a alguien con quien charlar, quizás de un modo trivial. Eligió como nick “Desencantada”.
Tan sólo pretendía dejar transcurrir el tiempo, aquella noche se negaba a acostarse tan temprano.
No quería permitir que los pensamientos y nervios del día se colaran en su cama y le impidieran dormir con sosiego.
Necesitaba evadirse, hablar con alguien, con un desconocido, que durante unos minutos se convirtiera en su confidente.
Deseaba abrir su alma esa noche y no sentirse tan sola.
No quería contemplar el abismo de soledad que amenazaba con inmensa negrura su vida.
Quería hablar sin tapujos, desnudando sus penas, su tristeza, sin enmascarar ninguna palabra.
Pronto encontró un interlocutor válido que parecía huir de las estereotipadas frases del chat.
Quizás era ese alguien especial que necesitaba…, sólo por aquella noche.
Fue desgranándole lentamente su estado de ánimo, dejándose acunar por los consejos de aquel desconocido cómplice de soledades.
Pudo ir sintiéndose cada vez más libre para hablar y expresar lo que sentía, de un modo apasionado describía en breves líneas su vida…
Sabía que aquel desconocido estaba leyéndola con suma atención y las letras fluían de su teclado deseando retener aquella mirada que intuía al otro lado de la pantalla leyendo con avidez sus pensamientos y sentimientos y devorando con fruición sus sueños.
No quiso preguntarle nada ni saber su edad.
No quería que se convirtiera en nadie real, y se sentía así más libre para contarle todas las tristezas que albergaba en el fondo de su corazón.
Su corazón palpitó con fuerza cuando el desconocido escribió aquellos números y le facilitó un número de teléfono.
Podía probar y hacer una llamada ocultando su número.
Con cierta intranquilidad esperó a que alguien respondiera.
Una extraña voz metálica contestó con un escueto “Hola”.
Pero también oía voces y sonidos que no podía comprender, la voz del desconocido parecía estar manteniendo otras conversaciones a la vez.
Tuvo miedo cuando escuchó cómo una voz dijo que ya la habían localizado, e inquirió a su interlocutor temerosa.
Pero él le repetía una y otra vez que estuviera tranquila, que nadie más había en aquella habitación donde él hablaba.
Intentó tranquilizarse.
Seguramente el sueño y lo avanzado de la noche le estaban gastando aquella absurda broma.
Había sido un día intenso, necesitaba relajarse.
La voz metálica acunó sus oídos con una ininteligible canción, donde el ritmo mecía sus sentidos sumiéndola en un estado calmado y relajado.
Sueño. La voz. Sueño. Paz. Sus ojos no podían permanecer ya abiertos y se sumió en aquella dulzura de denso cansancio que la embargaba.
La música se interrumpió y abrió los ojos.
Una habitación recubierta de metal donde su imagen se reflejaba de un modo infinito en cada pared, en cada curva y la voz del desconocido que volvía a saludarla.
No sentía miedo, pero sí curiosidad.
Aquella maldita curiosidad que la impulsaba a adentrarse siempre en desconocidos caminos.

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