miércoles, diciembre 14, 2005

Destinos de ida y vuelta (II)

Un día perdidos por las calles de aquella ciudad, caminando sin rumbo por las avenidas que enmarcaban aquella primera cita, salpicándonos de sombras que los árboles proyectaban, guareciéndonos del cálido sol de invierno.
Mis recuerdos de aquel sábado se tornan ahora tan oscuros como aquel café que tomamos sentados en la mesa de una terraza, por la tarde, antes de volver a la estación.
Aquel primer día nuestra vida giró alrededor de la estación. Llegar, regresar. Viajeros con rumbo definido. Destinos de ida y vuelta.
Recogimos de nuevo tu maletín en la consigna. El tiempo había devorado nuestra mañana sin piedad.
Me abrazaste cuando ya estábamos sentados, otra vez en el tren., en nuestro viaje de vuelta.
Y sólo pude corresponder aquel abrazo con un suave beso en tus labios, mientras mis ojos volvían a posarse en el cristal de la ventana que, de noche, reflejaba mi propio semblante.
Sonreí a la mujer del cristal y seguí el resto del trayecto apoyando mi cabeza en tu hombro, mientras extraías de nuevo tu cuaderno de tapas azules del maletín y empezabas a escribirme deliciosas poesías que ibas recitándome al oído; susurrándome muy despacio, con versos, las emociones percibidas en aquel nuestro primer encuentro.
Cuando bajé en mi estación, supe que había vivido el prólogo de una historia entre los dos.
---------------------------------------------------
Tras aquel maravilloso día compartido llegaron otros días, y fines de semana, no había distancia entre nosotros, siempre venías desde tu ciudad, en el tren, yo te esperaba a veces en la plaza exterior, otras en el andén impaciente por descubrir tu rostro en alguna ventanilla, ansiosa por volverte a ver.
El momento de abrazarme a ti y de reencontrarnos era la guinda de aquel pastel de ilusión que me alimentaba en la distancia.
Luego recorríamos pueblos pintorescos, comíamos en mesones apartados y descubríamos nuestros propios rincones, donde íbamos hilvanando nuestra historia al compás de nuestro deseo que suavemente nos empujaba hasta provocar el delirio.
Al atardecer tus besos me reclamaban con urgencia y acabábamos volviendo a mi casa anhelantes por hacer el amor.
Y quería llenarme de ti por todo el tiempo en que no te podía tener. Inundabas mi ser con tus caricias, con tus besos. Nos amábamos hasta acabar extenuados, dormidos. Sólo el sueño podía vencer a aquella ansia que teníamos el uno del otro.
Y de nuevo llegaba la maldita despedida en el andén. No era capaz de esperar a que el tren partiera porque sentía que una parte de mí era arrancada cada vez con el chirriar de las ruedas. Me despedía de ti y salía apresuradamente de la estación, desviando mi vista de aquel tren que te devoraba para llevarte lejos de mi.
Otro viaje, otro adiós. Esperar tu llamada para saber que habías llegado y que de nuevo la distancia nos alejaba durante una semana.
Distancia. Ausencia. Cómo te añoraba.
Mis días se condensaban en anhelos por volver a verte y en esperar ese nuevo viaje que te trajera a mi lado.
La estación era el templo donde nuestro amor se consagraba en cada encuentro hasta que el tiempo te volvía a arrebatar de mis sueños y la estación era el altar de nuestro sacrificio por perdernos un poco más de amor cada vez.
Pero tus viajes empezaron a espaciarse. Cada vez era menos el tiempo que compartías conmigo. Y fueron disminuyendo mis visitas a la estación porque ya no tenía que esperarte. Pasar por las cercanías era sentir que me ahogaba de dolor.
Empecé a eludir dar paseos por aquella plaza.
Y una tarde te llamé porque quería saber que es lo que estaba cambiando. No podía dar la espalda a la realidad. Iba a afrontar lo que sucedía.
Respondiste que te agobiaste, que me deseabas tanto que te angustiaba no tenerme. Que era difícil para ti mantener aquella relación donde mi ausencia te quemaba el alma.
No tuve palabras para responderte. Me dejabas porque me necesitabas. Qué contradicción.
En lugar de intentar acercarte a mi, de acortar la distancia, tú te alejabas de mi.
Creo que aquel día te colgué el teléfono sin mediar palabra, pero luego, en frío, te llamé y en el contestador te dejé una buena colección de insultos, te llamé cantamañanas, mentiroso, cabrón.
Y acepté la realidad. Tú no estabas ya en mi vida.


--------------------------------

Deambulo por la ciudad. La gente camina con rapidez. Todos tienen prisa por llegar a su hogar. No tengo prisa. No me esperas ya.
Quizás hoy pasee hasta la estación y sea capaz de sentarme en un banco de la plaza, donde a veces te esperaba, y seguir mirando hacía aquella puerta de la estación por donde te veía llegar. Me cruzaré con personas que llevan equipajes. Otras personas me adelantarán con acelerado paso, quizás por temor a perder su tren. Destinos de ida y vuelta.
Tal vez pueda recordarte aprendiendo a renunciar a todo lo que perdimos, y logre volver a subir al tren de mi propia vida, ahora sin ti. Aunque sé que sin ti no soy nada, he de seguir respirando, sintiendo, llorando, riendo.
Y quizás ahora descubra dónde está mi destino, porque aquel sábado de diciembre perdí el billete de vuelta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los sueños nos dicen la verdad del corazón...y del destino.Muches veces solo deseaba q llegara la noche..porq esa era la hora en que me encontraria con mi amor deambulando en mis sueños...asi estube soñando con el durante un año hasta que finalmente se volvio realidad y lo conoci. El no esta conmigo..pero jamas deje de sentirlo....aun en la distancia...sabia todo de el...y se que...aunq el tiempo nos aleje..el destino tiene algo deparado...

Elisabeta dijo...

Anonymous sin ninguna duda vuestras almas estan unidas,estoy segura que el destino os reunira de nuevo.Maravillosa y magica experiencia poder soñar con él antes de que realmente llegará,te aconsejo ver La Casa del Lago,la vi ayer y me calo hondo,y es que a veces no importa la espera,sólo el amor lo puede todo...