miércoles, diciembre 14, 2005

El crucero (III)

Tras aquel día hubo otros muchos días.
Nos veíamos en su casa o en la mía.
Sé que nos arriesgábamos a que nos descubrieran. Pero nada nos importaba.
Me pasaba las tardes en casa esperando su llamada, el momento que él tenía libre para llamarme y concertar una cita.
Luego su indiferencia en el trabajo.
Cuando estábamos juntos intentaba adivinar sus pensamientos, le preguntaba y él siempre respondía lo mismo.
Tenía una mujer. Tenía un hijo. Se debía a su familia. Jamás se plantearía enamorarse de mí.
Pero allí estaba haciéndome el amor. Haciéndome suya.
Me sentía feliz a su lado, pero cuando él se marchaba lloraba como una desgraciada.
Ante él me hacía la dura. Le decía que aunque yo no tenía hijos mi marido me daba una estabilidad a la que no podía renunciar. Que jamás iba a cambiar esa vida.
Pero cada vez me costaba más cumplir como esposa.
Se lo contaba a Ramiro y me reñía , él quería que estuviera con mi marido, él quería que no sintiera nada, ningún apego hacía él, ni hacía aquella relación que habíamos iniciado como amantes.
Poco a poco, irremediablemente, yo iba enamorándome de Ramiro.
Le echaba de menos. Pronunciaba su nombre en silencio tan sólo para bañarme de la tibieza que aquellas letras evocaban en mi.
Fueron espaciándose nuestros encuentros. A veces sólo estabamos juntos una vez a la semana.
Tardes de soledad dando vueltas a los recuerdos.
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Llegó el verano, las vacaciones, no sabía si podría resistir estar tanto tiempo sin verle.
Y entonces sucedió lo inesperado. Aquél hecho imprevisto que nos separó, como la hoz separa el trigo de la tierra. De cuajo nuestras ilusiones fueron arrancadas.
Su mujer estaba nuevamente embarazada.
Ramiro me lo contó llorando. Ella había estado un tiempo deprimida y al parecer le presionaba con el tema de tener otro hijo.
Yo nunca había querido pensar que él seguía manteniendo relaciones con su mujer. Resultaba obvio que lo hacía, e insistía en que yo mantuviera una vida normal con mi marido.
Pero aún así me seguía forjando ilusiones.
Sin embargo, un embarazo rompía toda ilusión en mi de iniciar una nueva vida juntos.
Un bebé le ataría mucho, le ilusionaría, le volvería a vincular fuertemente con su mujer.
Me sentí desolada tras aquel día.
Creía haberle perdido para siempre.
Él y su empeño en no enamorarse de mí. Sus principios y obligaciones como padre de familia.
Yo no sabía qué hacer. Cada vez postergaba más y más los encuentros con mi marido, lo cual hacía que nuestra relación también estuviera algo dañada ante tantas negativas y excusas mías.
Fue un verano terrible. Estuve sola.
Sola de pensamiento. Sola. Pensando que ante mí se extendía la nada. Que aquella relación había finalizado para siempre.
Tras el verano todo cambió.
Ramiro volvió de sus vacaciones echándome de menos.
En aquellos días de ausencia supo que se había enamorado de mí.
Él, quien todo lo controlaba, descubría su dependencia hacía mi.
Reanudamos el idilio. Con más fuerza. Con más ímpetu. Con más ilusión si cabe.
Ramiro repetía una y otra vez que no creía aquel cambio que yo había obrado en él. Que jamás hubiese pensado que yo lograra que me enamorara de él.
Yo me sentía feliz por aquellas palabras. Todos mis sueños hechos realidad.
Y me sentía triste, porque sabia que seguiría atado a su familia, el bebé estaba a punto de nacer.
Sin embargo, nada cambió con el nacimiento.
Seguimos viéndonos. Seguimos amándonos. Seguimos necesitándonos.
Él me necesitaba mucho. Planificábamos nuestra vida, aquella vida paralela que parecíamos condenados a sufrir. Viviendo cada uno con su pareja. Amándonos furtivamente. Sabiéndonos uno del otro.
A veces me sorprendía mostrándome ante él tan fuerte cuando en su desesperación lloraba por mí. Lloraba por no tenerme. Por imaginarme y no estar a su lado.
Jamás le plantee el tema de la separación. Jamás hablábamos de esa posibilidad.
Alguna vez, que Ramiro mencionó un hipotético futuro estando juntos, ni siquiera seguí la conversación.
Yo no quería ilusionarme.
Entonces de nuevo el destino actuó como artista no invitado en aquella función.
Tuve un retraso. Me sentía feliz de pensar que nuestro amor había culminado en un hijo. Temía su reacción. Sin embargo desee estar embarazada.
Ramiro me abrazó, me besó.
Dijo que aquel hijo nos uniría para siempre, sin embargo un halo de tristeza recorría su rostro cuando pensaba que sería otro quien le educaría.
Los dos asumimos que ese hijo legalmente sería de mi marido.

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