miércoles, diciembre 14, 2005

Tic - Tac (II)

Pero él parecía renunciar a vivir sus sentimientos, controlaba sus emociones y en demasiadas ocasiones se mostraba distante y ajeno a la relación hasta hacer sentir a Andrea que tan sólo era un adorno más en su perfecta vida.
Hasta hacerle cuestionarse en secreto, demasiadas veces, si realmente estaba enamorado de ella o si simplemente era una muñeca desechable, prescindible o sustituible por otra. El tiempo iba pasando y él no parecía querer adquirir más compromisos con Andrea. Compromisos del alma, de los que se viven puertas adentro, fuera de convencionalismos sociales. Faltaban demasiadas palabras. Había demasiados huecos llenos de silencios.
Frank no mimaba aquel, su amor, parecía pensar que no necesitaba cuidados aquella relación, y no se daba cuenta que Andrea iba languideciendo de soledad.
Ese tipo de soledad que se respira, que invade el alma de pena ahogando el llanto, sin lágrimas. Que te hace percibir que habrá muchos otros momentos de tristeza, de alejamientos, ese tipo de soledad que te hace sentir mal aunque estés acompañado de gente porque sabes que no tienes a tu otra mitad. Esa soledad que te advierte a gritos desde el fondo del corazón que siempre será así, no hay posibilidad de cambios, ni de segundas oportunidades ni de planes compartidos. Gritos que te alientan a huir y escapar de una relación abocada a la ruptura. Ese tipo de soledad.
Poco a poco ella consiguió dejar de manifestarle sus emociones. Dejó de necesitarle como antaño. Temía demasiado llegar a sufrir y rehusaba dejarse vencer por aquella tristeza que cada día al despertar de la siesta la embargaba, tras comprobar que una vez más, su amor sólo había sido un sueño.
Y asi fue como el silencio presidió sus vidas coronando su existencia. Como un imparable río de tristeza, con caudal de desamor, fue dejando desbocarse sus desesperanzados afluentes en cada frase, en cada conversación, en cada mirada. Callando la amargura, callando aquella necesidad el uno del otro. Sus escasas charlas se convirtieron en intrascendentes. Los temas triviales y las sonrisas absurdas enmascararon las voces de sus almas.
Y ellos, que habían sido uno, volvieron a ser dos.
Tras vestirse, Andrea vuelve a ir al salón, intentando apartar de su mente todos aquellos pensamientos que una tarde más la abruman. Siente cómo la agobia la misma angustia, la misma desazón. Pero se siente impotente. No sabe cómo solucionar aquella situación.
Frank sigue en el mismo sillón. Parece adormecido. Ha debido estar dos horas leyendo. Absorto en su mundo de proyectos científicos y experimentos. Sus mismas revistas de siempre, en inglés. Tan técnicas. Tan específicas.
Al principio hablaba de sus proyectos a Andrea. Compartía con ella su entusiasmo por la ciencia. La hacía participe de los discursos que preparaba para las Jornadas y Congresos donde asistía como ponente.
Un éxito en el laboratorio era festejado en casa, con vino y cena especial.
Andrea le acompañaba en sus viajes…, al principio. Locas escapadas, imprevistas. Hoteles en el extranjero. Como aquella vez que le siguió hasta La Habana. Ella paseaba o iba de compras por mercadillos tras tomar el sol en la piscina del hotel, mientras esperaba que Frank terminara su ponencia o charla.
Andrea llegaba a última hora, se situaba al final de la Sala de Congresos, justo a tiempo de ver cómo aquellos viejos profesores le aplaudían y admiraban. Después se zambullían una vez más, ajenos a todo, en aquel pequeño universo de su amor.
Ya no recordaba en qué preciso momento sucedió: La apatía se instaló entre los dos. Dejaron de hablar, de compartir, de soñar juntos. Ella ya no se mostraba contrariada si él no la invitaba en sus viajes. Dejó de pedirle explicaciones. Dejó de interrogarle. De suplicarle. De decirle que le añoraba y no entendía su distanciamiento.
Dejó de luchar por compartir ese tiempo con él.
Prefirió callar. Esperar lo inesperado hasta llegar a sentirse tan excluida de su vida, que su desesperanza se cubrió con un manto de resignación.
El tiempo fue pasando, Frank se acostumbró a ir solo y dejar a Andrea en la casa.
Era como si trabajo y viajes formaran parte de un mundo donde Andrea jamás volvería a tener un lugar.
Ella empezó a forjar planes con otras personas: amigas y antiguas compañeras del trabajo intentando encontrar su propio lugar, lejos de Frank.
Cualquier excusa era admisible para evadirse de su propia vida. En aquellos días aceptaba cualquier invitación que durante unas horas la absorbiera de su propio mundo de pensamientos.
Paralelamente a sus salidas, Andrea dejó de preguntar y de interesarse por los proyectos de Frank. Dejó de intervenir en aquella vida en la que ella no tenía cabida y de la que él la había excluido. Simplemente, voluntariamente…, se apartó. Pensó que podría ser feliz estando al margen, que no dejaría que aquello la afectara en sus sentimientos y que sería capaz de sobrellevar la situación. Pero se equivocó. Fue el principio del fin de su amor.
Porque el amor vive de ilusiones, de esperanzas, de proyectos, de planes… Aunque no se realicen luego. Pero es tan bello soñar y fantasear… Si matas la posibilidad de soñar matas el amor, porque es su esencia.
No se puede vivir un amor sin tener sueños o ilusiones porque se termina buscándolos en otro lugar, en otro país…, otra cara, otras manos, otros ojos que hagan renacer esa chispa de ilusión y alimente de nuevo los sueños.
Los sueños rotos condenan al amor a convertirse en una farsa. Farsa de sexo, de convencionalismos, hipocresía. Farsa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un relato precioso... yo vivi una situacion parecida y me identifico mucho con Frank.
por suerte, esta situacion(pese al mal momento) me servira para hacer que nunca mas camine sobre mis pasos y ayudarme a vivir un dia a dia con la alegria del primer momento, abrazar a esa persona deseada como sino quisiera dejarla marchar nunca de mis brazos...
El dicho de si no as amado no as vivido, es toda verdad, y me alegro de haverlo probado ya que realmente me di cuenta de lo vivo que estaba.
Un saludo LOLO